sábado, 12 de noviembre de 2011

Melody maker.

Detrás de la ventana, la oscuridad y  el vacío profundo, negro, abarcando todo lo posible, la nada.
El tiempo despierta al sol que tímido asoma al mundo y van moviéndose los colores. Se forma una bola incandescente que crece y pelea por hacer de la negritud, la luz.
El sol naciente se alía con la escollera para enmarcar el horizonte y el este se proyecta de color rojo, se prende fuego y lo que no existía ahora es.
Apenas algunas olas se ven romper contra las bruscas piedras que mantiene la escollera en su lugar, se animan las aves a volar y el sol joven descansa para tomar el último impulso y llegar bien arriba, alto, intocable, inmenso.
La bola roja no ciega esos ojos que la miran, se hace amarrilla hacia el centro y se cierra perfecta sobre sí misma. El mar no se confunde con el cielo, se divorcian en una línea infinita que se pierde hacia el oeste que espera paciente a que le toque el día.
Son muchas ahora las gaviotas que se animan a volar y a cantar,  muchas las olas que acarician y lavan la costa con espuma blanca. Se forman nubes como algodones que acompañarán la procesión del sol al centro del cielo, nubes que llegarán cargadas y negras al mediodía.
Adentro la música de sonidos electrónicos, golpe a golpe hipnotiza, los cuerpos se mezclan, bailan y saltan delante del Dj observando desde las alturas de su altar.
Dentro de este transpirado cajón de manzana gigante,  Jonás extraviado mirando el amanecer por los ventanales de cara al Atlántico. A unos metros sorteando tres escalones, Mariana no deja de mirarlo mientras baila y baila en un trance colectivo.

-¿No bailas vos?
-Si bailo.
-Sos raro.
-¿Por qué?
-Te haces el raro.
-¿Y vos?
-El místico, Jonás el místico.
-Cualquiera.
-¿Qué mirás?
-A vos.
-Epa.
-Mirá eso.
-¿El qué?- Lo miro a los ojos y Jonás no le aguantó  la mirada, se paró sobre sus dedos del pie para alcanzarlo en altura y encontrarlo en la boca para besarlo cortito.
-Te lo robé, ja-. Y se fue a bailar con sus amigas.

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